Fiestas Litúrgicas
Transfiguración
La fiesta de la Transfiguración tuvo su origen probablemente en la conmemoración anual de la dedicación de una basílica construida en el monte Tabor para honorar este evento milagroso de la vida de Jesús. Se celebraba ya a finales del s. V. Según una antigua tradición, el episodio de la Transfiguración tuvo lugar 40 días antes de la crucifixión de Jesús; así, la fecha de la fiesta se fijó 40 días antes de la de la Exaltación de la Santa Cruz (el 14 de septiembre). Comenzó a celebrarse en occidente a partir del siglo IX, y fue incluida en el calendario romano por el Papa Calixto III en 1457, en agradecimiento por la victoria de las tropas cristianas contra los turcos, que amenazaban seriamente occidente, en la batalla de Belgrado del año precedente. En el centro de la fiesta está, por supuesto, el misterio de la Transfiguración, que se enlaza con la visión del Anciano sentado sobre el trono de fuego y la aparición del Hijo del Hombre (cfr. Primera Lectura).
Lee todo... Año C Año B Año AAsunción de la Santísima Virgen María
La solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María fue fijada en el 15 de agosto ya en el siglo V, con el sentido de "Nacimiento al Cielo" o, en la tradición bizantina, "Dormición" de Nuestra Señora. En Roma, la fiesta se celebra desde mediados del siglo VII, pero hubo que esperar hasta el 1 de noviembre de 1950, con Pío XII, para que se proclamara el dogma dedicado a María asunta al cielo en cuerpo y alma. En el Credo Apostólico profesamos nuestra fe en la "Resurrección de la carne" y en la "vida eterna", fin y sentido último del camino de la vida. Esta promesa de fe se cumple ya en María, como "signo de consuelo y esperanza segura" (Prefacio). Este privilegio de María está estrechamente ligado al hecho de ser la Madre de Jesús: dado que la muerte y la corrupción del cuerpo humano son una consecuencia del pecado, no era conveniente que la Virgen María -libre de pecado- se viera afectada por ellos. De ahí el misterio de la "Dormición" o "Asunción al Cielo". El hecho de que María esté ya en el cielo en cuerpo y alma es para nosotros un motivo de alegría, de felicidad, de esperanza. Una criatura de Dios -María- ya está en el cielo: con ella y como ella estaremos también nosotros, criaturas de Dios, un día. El destino de María, unida al cuerpo transfigurado y glorioso de Jesús, será el destino de todos los que están unidos al Señor Jesús en la fe y en el amor. Es interesante constatar que la liturgia -a través de los textos bíblicos tomados del libro del Apocalipsis y de Lucas, con el canto del Magnificat- nos lleva a orar más que a reflexionar. El Evangelio, en efecto, nos sugiere que leamos el misterio de María a la luz del Magnificat: el amor gratuito que se extiende de generación en generación y la predilección por los últimos y los pobres encuentran en María su mejor fruto, su obra maestra, un espejo en el que todo el pueblo de Dios puede mirar sus propios rasgos. La solemnidad de la Asunción al Cielo de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma es el signo elocuente de que no sólo el alma sino también el cuerpo son "cosa muy hermosa" (Gn 1,31), hasta el punto de que, como en la Virgen María, nuestra carne será asumida en el cielo. Esto no nos exime de comprometernos con la historia; al contrario, es precisamente la mirada hacia la meta, hacia el cielo, nuestra patria, la que nos impulsa a comprometernos en nuestra vida presente siguiendo la línea del Magnificat: alegres por la misericordia de Dios y atentos a todos los hermanos que encontramos en el camino, empezando por los más débiles y frágiles.
Lee todo...Martirio de San Juan Bautista
La memoria litúrgica del martirio de San Juan Bautista completa la solemnidad de su natividad, que se celebra el 24 de junio. Juan es primo de Jesús, concebido tardíamente por Isabel de su esposo Zacarías; ambos eran descendientes de familias sacerdotales. Su nacimiento se sitúa unos seis meses antes del de Cristo, según el episodio evangélico de la Visitación de María a Isabel. La fecha de su muerte se coloca entre el 31 y el 32 d.C. La memoria de hoy tiene orígenes antiguos: se remonta a la dedicación de una cripta en Sebaste (Samaría), donde ya a mediados del siglo IV se veneraba la cabeza del Bautista; en el s. XII, el papa Inocencio II hizo trasladar la reliquia a la iglesia de San Silvestre in Capite de Roma. La celebración del martirio de San Juan ya estaba presente en Francia en el s. V, y en Roma en el siglo siguiente.
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